Conocemos con el nombre de mudéjares o moros de paz a los musulmanes sometidos a los poderes cristianos tras el avance de éstos sobre territorio de Al-Andalus y cuyo origen mayoritario era la población muladí andalusí. En Aragón permanecieron como productivos vasallos en los lugares de agricultura de regadío. Se les permitió conservar su religión, sus costumbres, su cultura y se organizaron en aljamas que gozaron de la protección real y de sus señores feudales. A lo largo de siglos hubo una coexistencia respetuosa entre cristianos y musulmanes. No obstante, son poblaciones sometidas a una cierta segregación propia del sistema social medieval y a unas cargas fiscales mayores que las soportadas por la población cristiana. La mayor parte de ellos eran labradores, pastores, artesanos y destacados constructores. En la baja edad media, con la evolución hacia un estado-nacional culturalmente homogéneo, la tolerancia religiosa declinó, especialmente tras la toma de Granada, y se caminó hacia la unidad religiosa.
A comienzos del siglo XVI fueron obligados a convertirse al cristianismo, momento a partir del cual se les denomina cristianos nuevos o moriscos. El proceso de integración avanzó en algunas regiones gracias al esfuerzo de la Iglesia por catequizar a estas minorías. Pero la paranoia colectiva que se vive en la España de Felipe II y de sus sucesores, la fobia contra las minorías culturales no integradas y la exaltación social dentro del sistema de la pureza de sangre, llevó a acusar a los moriscos de colaborar con los piratas berberiscos, los turcos, los hugonotes franceses y el resto de enemigos de la monarquía hispánica, además de ser tachados de falsos cristianos, remisos a su integración y criptomusulmanes. Fueron expulsados a comienzos del siglo XVII por el rey Felipe III, alegando su condición de malos cristianos y de potenciales aliados de los turcos. La medida afectó gravemente a Valencia y Aragón, que perdió un 20% de su población, dejando multitud de pueblos vacíos y señoríos en una situación de quiebra, que fue necesario repoblar, sobre todo con gentes del interior peninsular y franceses.
La impronta mudéjar se aprecia todavía en la arquitectura, con ejemplos sobresalientes en Aragón, donde ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad, por su interés artístico, su originalidad constructiva y por ser fruto de la convivencia entre religiones (Seo de Zaragoza, torres mudéjares de Teruel, torre de Utebo, etc.)
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