La primera Guerra Carlista es una guerra civil que se extiende entre 1833 y 1840. Aparentemente es un conflicto dinástico que surge tras la muerte de Fernando VII en torno a la vigencia de la Ley Sálica borbónica o de la Pragmática Sanción y enfrenta a los partidarios de D. Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, con los de su hija, Isabel II, y la reina regente Mª Cristina. El conflicto político trascendente es el que enfrenta a los defensores a ultranza del sistema absolutista contra los partidarios de llevar a cabo la revolución liberal, tantas veces frustrada.
El carlismo es un fenómeno reaccionario que surge, como en otras sociedades europeas, frente a las transformaciones planteadas por revolución liberal. Ideológicamente hace una defensa de los principios del antiguo régimen, del tradicionalismo foral, de la soberanía regia y de la religión. Socialmente está apoyado por aquellos sectores que se ven amenazados por el liberalismo: altos funcionarios del estado y mandos del ejército vinculados al régimen absolutista, baja nobleza, clero (sobre todo el regular), artesanado gremial, campesinado tradicionalista del norte peninsular y la opinión pública ultracatólica. Geográficamente afecta sobre todo tres grandes focos: las Provincias Vascongadas y Navarra, la montaña catalana y el Maestrazgo, aunque también será muy influyente en otras zonas del norte de España.
En el bando cristino se encuentran aquellos defensores de la revolución liberal o aquellos absolutistas moderados, que ven inevitable la necesidad de transformación del estado. Socialmente tiene el apoyo de la burguesía, de las clases urbanas, incluido el escaso proletariado, de un ejército surgido de la guerra de la independencia, con un amplio componente liberal, y de las clases propietarias, incluida la aristocracia.
Internacionalmente los cristinos contaron con el apoyo de las monarquías parlamentarias inglesa, portuguesa y francesa, mientras que el bando carlista contó con el reconocimiento de potencias lejanas como los imperios ruso y austriaco y Prusia.
El transcurso de la guerra dio oportunidad al bando carlista de algunas victorias, más debido a la incapacidad del ejército liberal que a la propia fortaleza carlista. Don Carlos protagoniza una marcha hasta el sur de la península e incluso llega hasta las puertas de Madrid, pero sin lograr adhesiones importantes. La fracasada insistencia de Don Carlos en la conquista de Bilbao, la muerte de su mejor general, Zumalacárregui, y la ofensiva lanzada por el general liberal Espartero fuerzan a los carlistas a negociar la paz.
El abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto pone fin a la guerra, permitiendo la integración de las tropas y oficiales carlistas en el ejército del nuevo estado liberal y la permanencia de los fueros vascos y navarro. En el Maestrazgo, el general Cabrera todavía resistirá durante casi un año frente a los liberales.
La guerra carlista deja miles de muertos y una gran destrucción, sobre todo, en el norte del país. El carlismo arraigará generacionalmente y hará que las guerras carlistas se reproduzcan a lo largo del siglo XIX y apoyen el golpe militar contra la segunda república en 1936.
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